Por momentos claustrofóbica - en un primer plano permanente- agotadora y agobiante; la nueva propuesta de Matías Bize nos muestra un instante en la vida de Andrés (Santiago Cabrera), un joven chileno que vive en Alemania y que en su paso por Chile decide ir visitar a los viejos amigos.
En su recorrido por este laberinto lleno de a habitaciones y recuerdos, Andrés se encuentra con un mundo desconocido y ajeno. Como un turista, siempre de paso, siempre apurado, conversa con los habitantes de la casa. Diálogos cargados de emociones intensas y de momentos emotivos e hilarantes, como aquel encuentro con dos niños en uno de los cuartos de la casa.
Jugando al gato y el ratón, Beatriz (Blanca Lewin), el amor de su vida, le rehuye por los pasillos y se esconde para no remover las cenizas del pasado. Sin embargo, las heridas siguen abiertas y Andrés debe sanarse para poder continuar su viaje, algo que no será tan fácil.
Como una metáfora un tanto difusa, la pecera es un elemento importante dentro de este relato, lleno de diálogos y recuerdos fragmentados. No sólo en el aspecto visual, sino también a nivel discursivo, ya que representa el envase en que encajamos nuestros actos, nuestra vida y también aquellos límites -a veces invisibles- pero existentes.
Sin grandes ambiciones y en un tono minimalista, Matías Bize nos propone reflexionar sobre la comunicación en las relaciones humanas. Sus personajes son intensos, complejos, pero al mismo carecen de sentido y convicciones. Al igual que "En la Cama", Bize sigue en la senda de configurar un cine personal y fiel a sus raíces. No se complica, sólo muestra lo que ve y eso se agracede.
Un estreno refrescante, de uno de los directores más prometedores del mal llamado cine chileno.
En su recorrido por este laberinto lleno de a habitaciones y recuerdos, Andrés se encuentra con un mundo desconocido y ajeno. Como un turista, siempre de paso, siempre apurado, conversa con los habitantes de la casa. Diálogos cargados de emociones intensas y de momentos emotivos e hilarantes, como aquel encuentro con dos niños en uno de los cuartos de la casa.
Jugando al gato y el ratón, Beatriz (Blanca Lewin), el amor de su vida, le rehuye por los pasillos y se esconde para no remover las cenizas del pasado. Sin embargo, las heridas siguen abiertas y Andrés debe sanarse para poder continuar su viaje, algo que no será tan fácil.
Como una metáfora un tanto difusa, la pecera es un elemento importante dentro de este relato, lleno de diálogos y recuerdos fragmentados. No sólo en el aspecto visual, sino también a nivel discursivo, ya que representa el envase en que encajamos nuestros actos, nuestra vida y también aquellos límites -a veces invisibles- pero existentes.
Sin grandes ambiciones y en un tono minimalista, Matías Bize nos propone reflexionar sobre la comunicación en las relaciones humanas. Sus personajes son intensos, complejos, pero al mismo carecen de sentido y convicciones. Al igual que "En la Cama", Bize sigue en la senda de configurar un cine personal y fiel a sus raíces. No se complica, sólo muestra lo que ve y eso se agracede.
Un estreno refrescante, de uno de los directores más prometedores del mal llamado cine chileno.